No se trata de una biografía del Cid sino de una recreación de una parte de la vida del Campeador. Un trozo de su vida, un pedazo de sus andanzas en busca de un señor a quien servir y que le proporcionara cobijo y comida a él y a su hueste.

El autor realiza un estudio de la época, con referencias al pasado inmediato del personaje y alguna otra al lejano futuro. Este estudio se deja transparentar al intercalar usos, costumbres, olores, vestidos, lengua, armamento, dolor, combates, violencia…en el relato de los hechos, de modo que el lector se embebe en la obra de tal manera que se le escapan las páginas en pocos ratos de lectura. El ambiente está tan bien conseguido que quien lee se siente transportado a aquellos lejanos tiempos cuya forma de vida nos es, hoy en día, completamente ajena. Nada queda de aquel entonces escondido hay en los cimientos de nuestra sociedad tan sofisticada y electrónica, pero al mismo tiempo gozamos al descubrirlo.

El trabajo de investigación se suma a la imaginación realista del autor, dando por resultado un trabajo brillante  y admirable sobre una figura tan ensalzada por unos como denostada por otros. Consigue Pérez Reverte un equilibrio entre ambas posiciones extremas. Nuestro héroe da y recibe; se codea con los poderosos al tiempo que sabe mantenerse en su sitio; pertenece al grupo de los desheredados y sufre con ellos viviendo su día a día aunque sea el jefe. En resumen: Rodrigo es presentado, esencialmente, como un ser humano, con todo lo esto conlleva.

La personalidad de Rodrigo se dibuja desde los acontecimientos históricos, desde la leyenda y desde la lógica y el razonamiento. El equilibrio es la tónica de la obra: ni se juzga a Rodrigo desde la óptica de la actualidad, con formas y maneras del siglo presente con lo que saldría perjudicado, ni se trata de ensalzarlo y casi colocarlo en un altar como se hizo en centurias pasadas. Una y otra postura son rechazadas por el autor y será la investigación histórica lo que consiga un equilibrio entre una y otra postura. Un equilibrio desmitificador que se apoya tanto en la historia real como en la razón y en la lógica. La leyenda queda como un eco lejano que se va perdiendo en el tiempo.

El lenguaje, como no podía ser menos, es el actual pero utilizando terminología militar del momento, que el autor habrá rastreado en una amplia bibliografía.

Interesantísimos resultan los cuadros  o escenas de los palacios musulmanes, donde se dibuja un mundo que desborda la comparación con el cristiano del momento representado en el Cid.

El posible lector terminará la obra con la sensación de que se le escapa una segunda y tercera parte, tan en boga en la actualidad, pero de momento habrá de conformarse con disfrutar de la presente en espera de que el autor se sienta tentado de seguir la estela de este mítico personaje.

Letra muy cómoda y descansada. Sobre la portada creo que es mejor no hacer comentario alguno.

Juan J. Calvo Almeida.