Éste es un libro para ser leído y releído o de lectura obligada. Es una obra densa y profunda y no se trata, en modo alguno, de una novela histórica, una más,  tan de moda en la actualidad. Más bien es un estudio detenido y muy serio sobre la forma y manera de ser de las gentes de Castilla, a partir de la propia y personal experiencia del autor, comparándola con otras idiosincrasias peninsulares. Al mismo tiempo nos refiere de forma detallada los sucesos que dieron origen a la sublevación comunera y su desarrollo hasta el trágico final de la misma.

El autor encuentra puntos o aspectos comunes entre ese modo de ser del castellano y la reacción ante el abuso de poder del emperador Carlos V.

Una cierta historiografía ha colocado al emperador sobre un pedestal al tiempo que arrinconaba a los comuneros en el mayor de los descréditos. Pero, por fin, parece que las cosas están cambiando; ha tardado, es verdad, pero el tiempo está colocando a cada uno en el lugar que le corresponde. Carlos V, como modelo de “césar imperator”, está agotado y superado al tiempo que los comuneros se ven rescatados del olvido y del descrédito al que se vieron sometidos durante centurias.

Al mismo tiempo, Villalar supone el punto final de una época que acaba y el arranque de una decadencia, que llega hasta hoy con esa frase tan expresiva como real: la España vaciada.

A pesar de ello el autor encuentra, en la actualidad, los rasgos, las vigas maestras, los pilares de una manera de ser en los “pocos” que van quedando de esa poderosa nación que fue Castilla, hoy troceada en diversas autonomías. Esos “pocos” que siguen luchando contra la decadencia imparable  como antaño lo hicieron los comuneros contra otro omnímodo poder.

El lector se va a encontrar con retazos de historia olvidada, que había que recuperar, y con una prosa recia que obliga al lector a detenerse para releer ese párrafo u otros porque impactan. Porque las ideas que se exponen no son las sobadas y repetidas prédicas. Junto a la Historia se halla la  Lengua, que se acuñó al tiempo que se formaba esa nación llamada Castilla, y que nos ha llegado hasta la actualidad.

Una defensa de Castilla y del ser castellano sin alharacas pero con un pensamiento puesto en la defensa de una verdad: la conciencia de una personalidad que se opone a cualquier abuso de autoridad.

Termino estas líneas con una cita que recoge Lorenzo Silva de Unamuno en su obra En torno al casticismo: “La lengua es el receptáculo de la experiencia de un pueblo y el sedimento de su pensar”.

Espero y deseo, amigo lector, que usted se lo lea bien y que disfrute con esta obra y no la eche en saco roto.

 

                                                                                               Juan J. Calvo Almeida.