Se trata de la concesión del premio Nobel de Literatura a un escritor ya entrado en años. Cuando suena el teléfono que comunica la grata noticia al escritor y a su esposa, un servidor pensó que se trataba de un remake, una nueva versión de la famosa película “El premio”  protagonizada por Paul Newman, Elke Sommer y Edward G. Robinson, por aquello de un anciano, un premio nobel, literatura y Estocolmo.

Pues no. No se trata de una película de aventuras sino de un film intimista: a retazos se cuenta la vida del matrimonio (interpretado por Gleen Close y Jonathan Pryce) y de los avatares, todos de carácter íntimo por los que ha pasado la pareja hasta la concesión del codiciado premio.

Buena parte de la película discurre en los prolegómenos de la entrega y al acto en sí, con la presencia de los reyes de Suecia.

Lo que sospecha el espectador, desechada la primera idea y según avanza el film, es que allí hay gato encerrado, un problema de envergadura que puede estallar en cualquier momento y, por las pistas que se van dando, calcula que puede  tratarse de un lío de faldas. Cuando más convencido está, resulta que se trata de otra cosa, bastante gorda por cierto, lo que ha motivado los continuos roces entre el matrimonio. Sorpresa, mucha sorpresa al final.

Por si fueran pocos los problemas matrimoniales, la pareja ha viajado a Estocolmo acompañada de un hijo – escritor en ciernes – que acarrea un grave conflicto  paterno-filial por cuestiones literarias y de otra índole. Esto hace que el ambiente cargado de “electricidad” se tense más aún y que la tormenta, que a todas luces se vislumbra, esté a punto de estallar.

Y hasta aquí se puede contar sin desvelar el “secreto” y machacar el final, que es sorprendente y bastante dramático, por cierto. El  espectador no puede imaginar cual puede ser el final, bastante dramático por cierto, pues no hay pistas para ello.

De los actores, si hay algo que decir, es todo bueno. De la ambientación, muy cuidada pero, lástima, peca de exceso de interiores. Alguna vista aérea y a pie de calle de Estocolmo no consigue despejar el ambiente un tanto agobiante en el que se desenvuelve el film.

A pesar de este inconveniente, creo que el espectador puede quedar, en líneas generales, muy satisfecho.

 

Juan J. Calvo Almeida.