Es una película con diferentes caras o facetas, pues contiene vaiados
aspectos que conviene destacar.
Empecemos por el detalle de ser en parte un capítulo en la biografía
de una persona en concreto: el bisabuelo del director.
En las montañas de Austria vive un niño, el menor de los hermanos,
plenamente integrado en el seno de una familia de labradores de montaña.
Familia misérrima, que para subsistir ha de vender al último retoño a un
rico granjero de la comarca. La escena es de una dureza granítica y supone
para el chico un verdadero trauma.
En la siguiente escena, el niño se ha transformado en un buen mozo
que se ha despedido del patrón y anda buscando empleo, comida y casa
donde alojarse y lo encuentra en el ejército alemán. Ha sucedido la anexión
de Austria por parte de Alemania. Estamos, por tanto, metidos en la
Segunda Guerra Mundial, que será el telón de fondo de toda la película.
Nuestro protagonista no encaja muy bien en el grupo de compañeros
militares, soldados como él en una unidad motorizada de sidecars para
llevar órdenes. En un arrebato de ira y para no pegarse con sus compañeros
decide salirse del acuartelamiento y correr en el bosque, dando así salida a
la rabia contenida. Hace un alto en la carrera y se encuentra un zorrito que
anda remoloneando por allí porque su madre ha muerto atrapada en un
cepo.
Ambos congenian desde el principio y nuestro protagonista decide cuidar
del animalito que viajará continuamente escondido en la barquilla del
sidecar. Y la película ya no es otra cosa que la película del zorro y del
soldado. Son encantadoras las escenas en la granja francesa y la guerra
desaparece por completo en la vida de ambos.
Pero la realidad se impone y nuestro héroe es destinado al frente ruso
y cae en la cuenta que aquél no va a ser un destino nada agradable para el
zorro, de modo que decide abandonarlo. Nos volvemos a encontrar con una
escena de dramatismo tan dura o más que la primera.
Ya no hay zorro. El soldado regresa de la guerra y busca la casa de su
niñez como si no hubiera pasado el tiempo desde que se lo llevaron, como
queriendo conectar el momento actual con la niñez. Halla la casa, pero
vacía y abandonada. Nadie queda en ella y nuestro héroe vuelve a quedarse
solo.
El posible espectador, tras visionar la cinta, deberá juzgar dónde encuadrar
esta película: dramática, naturalista, emotiva, biográfica, lúdica,
antibelicista… Una cosa es segura: disfrutará con ella.
Juan J. Calvo Almeida.
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